El Papa Francisco murió a los 88 años. El mundo llora su partida y antes de preguntarse qué vendrá, queda su invitación a la reflexión propia y colectiva, para bregar por un mundo mejor, pacífico, más justo y solidario.

Su cercanía se vivía hasta en la distancia. Y su humildad se derramaba más allá de su presencia.

Siempre alentó el atrevimiento respetuoso de pensar distinto y decirlo. Tal vez por eso, quienes ya no éramos jóvenes, sentimos tan nuestro aquel “Hagan lío” que le dedicó a la juventud.

Con él aprendimos tanto que nos es imposible decir cuánto.

Nos queda muy claro que más allá de las creencias y las ideas, está el lazo fuerte de la Fe, de la esperanza y la propia esencia humana que une a todos los seres vivos en un Amor del que él, el Papa argentino, el Papa de todas y todos, fue ejemplo viviente desde su niñez.

Disculpen.

Hoy no puedo escribir una noticia. Tal vez por eso soy comunicadora y no periodista. Hoy solo con humildad puedo ser alguien más que se siente tan triste. Un ser que agradece el haber escuchado y compartido momentos con aquel sacerdote cercano, con aquel hombre de Dios que tenía tan clara la vida, la existencia, la espiritualidad y hasta la muerte.

Hoy no hace falta ser católico, ni “creyente” para unirse en una oración por su descanso eterno, por la Paz de este mundo y por todas aquellas enseñanzas que Dios por su intermedio, nos hizo llegar sin distinciones.

Elizabeth Leites para Universo Parlamentario